Todos sabemos que las mujeres representamos el 50,45% de la población mundial según datos de Naciones Unidas, es decir algo más de la mitad de la fuerza laboral, social, cultural y científica del mundo. Pero a la hora de la verdad, la realidad es bien distinta. Por ejemplo, en los premios que anualmente otorga la revista Technology Review del MIT a jóvenes innovadores menores de 35 años, sólo el 30% de los galardonados han sido mujeres. El mundo de la ciencia y el de la tecnología han sido entornos especialmente difíciles para las mujeres y no porque sus capacidades para la I+D+i sean inferiores al género masculino, sino porque es una realidad que todavía hoy en pleno siglo XXI, quedan muchas barreras que superar, sobre todo en determinados países donde resulta difícil a la mujer tener una presencia activa en el mundo de la ciencia.
En el día Internacional de la Mujer, quiero hacer un homenaje a dos mujeres cuya aportación en sus respectivos campos ha sido fundamental para el desarrollo de la humanidad. Recientemente ha fallecido, a la nada despreciable edad de 101 años Katherine Johnson. Reconozco que no la conocía hasta que vi la película del 2016 Figuras ocultas. El film refleja lo que tuvieron que luchar unas valientes que no sólo eran mujeres, sino también afroamericanas, en los albores de la carrera espacial en la NASA. Casi nadie sabía sus nombres, ni se reconocían sus trabajos. Eran ubicadas en sótanos, aisladas de todos y hasta tenían que darse largas caminatas para ir a los baños especiales para personas de color, además de obligadas a utilizar comedores diferentes de los de sus compañeros blancos. Pero fueron trabajadoras infatigables que no desfallecieron ante estas vejaciones y que demostraron un brillante talento.
Entre ellas destaca Johnson, cuyo aporte fue fundamental para la llegada del hombre a la luna. Su frase, refiriéndose a la nave, “usted de me dice dónde y cuándo quiere que aterrice y yo le diré cómo, cuándo y dónde lanzarla”, se hizo famosa. Detrás del alunizaje del Apolo XI estaba ella. Trabajaba más de 14 horas diarias haciendo cálculos para asegurar que la misión fuese un éxito y fue una de los artífices de la victoria de Estados Unidos en su carrera espacial con la extinta Unión Soviética. Y todo ello trabajando en un clima hostil poco favorable para el desarrollo de la creatividad. Utilizaba reglas de cálculo, papel cuadriculado y calculadoras de mesa, pero con estas herramientas era capaz de trazar las órbitas del vuelo que John Glenn realizó en 1962 alrededor de la tierra. En esta ocasión Glenn afirmó: “si ella dice que son buenos (los cálculos), entonces estoy listo para partir”.
Hija de una profesora y un granjero, pronto destacó por su brillantez, ingresando a los 14 años para estudiar matemáticas en la Universidad de West Virginia, donde fue una de las tres primeras alumnas de su clase y la primera mujer afroamericana en cursar un post grado.
Y si Katherine Johnson fue un genio en el campo de la matemáticas, existe otra célebre brillante matemática inglesa, Ada Lovelace, hija del mismísimo Lord Byron. Absolutamente adelantada a su tiempo, a Ada se la puede considerar la primera programadora del mundo. Descubrió que mediante una serie de símbolos y normas matemáticas era posible calcular una importante serie de números. Considerada la madre de la computación, previó la existencia de una máquina -hoy llamada ordenador- para desarrollar cálculos numéricos. Ada Lovelace vivió entre 1815 y 1852, muy anterior al de todos conocido Alan Turing.
Solo dos recuerdos, para mostrar la cantidad de cerebros femeninos que han dejado su huella en la historia de la ciencia y que, sin embargo, son prácticamente desconocidas.