Este es el concepto de innovación según la RAE: “Creación o modificación de un producto, y su introducción en un mercado”. Innovar en modo abierto sería hacer lo descrito ayudándonos de otros.
Parto de esta reflexión, la de entender que sólo innovamos cuando obtenemos un rendimiento económico gracias a haber introducido en el mercado un nuevo o mejorado producto o servicio, para destacar la que considero es una de las manifestaciones más genuinas del modelo de innovación abierta. Se trata de la que se produce cuando una empresa que lidera un sector emergente pone su cartera tecnológica, protegida por derechos de propiedad industrial e intelectual, a disposición del resto de competidores con el fin de acelerar el desarrollo de dicho sector.
No nos engañemos, no se trata de un gesto impostado, gratuito ni improvisado. Es consecuencia, más bien, de una meditada estrategia empresarial basada en estrictos criterios de eficiencia. Compartir con los competidores un activo clave, en este caso una tecnología disruptiva, para poder servirse de sus capacidades y recursos con el fin de obtener un más rápido desarrollo del producto final, explotar antes el prometedor mercado y lograr así rentabilizar la inversión en un plazo más corto.
Así es como empresas como Tesla Motors o Toyota parecen estar planificando sus avances en mercados incipientes como el del vehículo eléctrico o el vehículo alimentado con celdas de combustible de hidrógeno, respectivamente.
Y parecen hacerlo, además, movidos por un feroz instinto de supervivencia, temiendo que su subsistencia no dependa ya de sus propias habilidades y fortalezas, contrastadas innumerables veces, sino de su capacidad para aliarse con aquellos que les permitan alcanzar nuevos horizontes, desarrollar nuevos productos lo más rápidamente posible para no ser atropellados por el frenético ritmo que marcan las necesidades de la sociedad actual.
Nunca el tren de la evolución tecnológica se condujo tan veloz, y de manera tan descontrolada e impredecible como lo hace hoy. Y esto es lo que está llevando a la empresa a plantear, más que nunca, colaboraciones y aunar conocimientos y capacidades para poder responder a esa realidad efervescente que es hoy el mercado global, donde la oferta surge casi al mismo tiempo que la demanda, sin llegar a ajustarse del todo a ella, por lo cambiante.
Compartir recursos y sumar capacidades es lo que permite a la empresa ser sostenible en este abrumador escenario de implacable desarrollo tecnológico.
La pregunta es, ¿cómo compartir sin arriesgar demasiado? Imaginemos ahora un ascenso a la cumbre, que es el mercado, un desafío en que las empresas se alían, se afianzan unas a otras mediante finas cuerdas que son el mutuo entendimiento y los objetivos comunes. Pero necesitan un arnés para evitar la caída, y ese arnés son, en el escenario de la innovación abierta, las medidas de aseguramiento del conocimiento compartido y de la propiedad industrial e intelectual que se ponen en común: la protección previa, y el establecimiento de un régimen de uso y explotación en los correspondientes contratos.