La innovación surge en las empresas como una pulsión, una respuesta instintiva a la necesidad de adaptarse a los cambios que se van sucediendo en el mercado. En tiempos como los actuales, marcados por la existencia de riesgos y oportunidades a nivel global, la manera en la que innovamos se ha convertido en un factor determinante que debe analizarse también desde una perspectiva amplia.
Para ello, lo primero y fundamental es disponer de información que nos permita conocer las debilidades y fortalezas del conocimiento generado en nuestra organización. El objetivo debe ser asegurarnos de que los productos y servicios que ofrecemos son competitivos gracias, principalmente, a su componente innovador, pues es ahí donde va a residir nuestra principal ventaja.
Siguiendo esta misma lógica, lo siguiente será proteger nuestras innovaciones. Existen, para ello, diversas herramientas en función de cuál sea el tipo de conocimiento innovador que necesitemos proteger, si bien de entre ellas probablemente la más conocida sea la patente.
¿Para qué sirve en realidad una patente?
Vaya por delante que la patente no es una solución que garantice «per se» el éxito comercial de un determinado producto innovador. Sí puede servir, en cambio, como herramienta para sostener, junto con la marca, la posición relativa que dicho producto ha podido alcanzar en el mercado.
La patente es, como decimos, una herramienta para proteger nuestras innovaciones frente a los competidores. Pero sólo sirve realmente si estamos dispuestos a defender la posición de privilegio que dicha patente nos brinda. Caso contrario, la patente no es más que un gasto inútil, pues deja de servir a su fin, que no es otro que garantizar el retorno de la inversión asegurando el monopolio de venta de los productos o servicios que incorporan la solución técnica patentada.
Así entendida, la patente es un reflejo de cómo la empresa valora los resultados de su propio esfuerzo. Si en algún momento estimó meritorio el conocimiento generado, seguramente habrá desarrollado un nuevo producto o servicio basándose en él y se habrá interesado también por solicitar una protección oficial que reconozca frente a terceros el derecho exclusivo de explotación de dicho producto o servicio en el mercado.
Esto es, en esencia, el fundamento de una patente, lo que le aporta valor económico y la convierte en un verdadero activo para la empresa, un activo que puede contabilizarse, hipotecarse, e incluso ser objeto de transacciones comerciales en ocasiones muy lucrativas.
Sin embargo, no podremos llegar a esto si, una vez solicitada la patente, no somos vigilantes con el entorno y no nos decidimos a actuar en caso de detectar posibles amenazas.
Problemas de la patente en España
El problema de la patente en España es doble:
Por un lado, sólo resulta útil si aquello que protege es realmente digno de protección, es decir, algo realmente novedoso y con suficiente actividad inventiva en comparación con soluciones ya existentes en el ámbito mundial. En este sentido, es cierto que se están dando pasos para intentar solucionar este problema y recientemente se ha aprobado en el Congreso un nuevo anteproyecto de reforma de la vigente ley de patentes que traerá consigo, entre otras cosas, la aplicación de un único procedimiento de concesión basado en un previo examen de fondo de las invenciones, similar al empleado por los principales países de nuestro entorno y por la oficina europea de patentes.
Por otro lado, y yendo un poco más allá, la patente sólo es útil si su titular está dispuesto a asumir la responsabilidad y los costes que entraña su defensa, y adopta a tal efecto una actitud más firme y proactiva.
En resumen, no basta con patentar, tenemos que ser capaces de patentar bien y de defender lo que patentamos. De lo contrario, es como pretender conquistar un reino sin bajarnos del caballo.