La dependencia de Occidente de la capacidad de fabricación de Oriente se ha puesto de manifiesto de una forma dramática en esta crisis. Artículos tan básicos como mascarillas, otros como test de diagnóstico o los respiradores más simples teníamos que importarlos de China. En definitiva, nuestra dependencia del Lejano Oriente ha mostrado la debilidad de Occidente. A ello hay que sumar la vulnerabilidad de las cadenas de subministro globalizadas o la inutilidad de los grandes polos de innovación como Silicon Valley para solucionar el problema de salud global. La falta de inversiones en I+D en áreas estratégicas y necesidades básicas como la manufactura, la salud y el cambio climático nos han dejado a merced de fabricantes asiáticos.
Algunos autores como Marc Andreessen, han puesto de manifiesto «un fracaso de acción, debido a nuestra incapacidad generalizada de ‘construir'». ¿Por qué no tenemos vacunas, ni medicamentos, ni suficientes mascarillas, ni respiradores? «Podríamos tener todo eso pero decidimos que no. Elegimos no tener los mecanismos, las fábricas, los sistemas para producirlos. Hemos optado por no ‘construir’.
Zoom nos ha permitido mantenernos conectados; Netflix mantenernos entretenidos; Amazon se ha convertido en un salvavidas para quienes evitan las tiendas. Pero la pandemia ha revelado las limitaciones e impotencia de las empresas más ricas e innovadoras del mundo ante esta crisis de salud pública. Y eso, ¿por qué? Porque no construyen nada de lo que realmente necesitamos en una situación tal delicada como ésta.
Occidente ha dejado de fabricar productos en serie, hemos dejado de construir fábricas, de crear puestos de trabajo manufactureros. Lo nuestro eran los servicios y el turismo. Lo primero que ha caído en esta crisis. Perdimos la capacidad de escalar, eso sí generamos muchos estudios, mucho papel…
En paralelo, China y otros países asiáticos se pusieron a investigar, a innovar, a generar tecnología, mientras Estados Unidos y Europa perdían capacidad para generar nuevas ideas y tecnologías encaminadas a satisfacer nuestras necesidades más básicas. Nos hemos dedicado al software y las apps, principalmente para hacer nuestra vida más cómoda, pero no hemos sido capaces de reinventar nuestros sistemas de salud con el foco puesto en el paciente y no en el sistema, repensar la educación, producir electrodomésticos o prendas textiles de diseño y excelente calidad que nos duren más, hacer más eficiente la distribución de alimentos, en definitiva, montar un sistema de fabricación basado en las necesidades reales de la sociedad y no en el fomento de un consumo desenfrenado.
Es cierto que se han destinado grandes cantidades a la investigación y la innovación, pero el impacto de esa I+D+i en la economía real y la calidad de vida de las personas ha sido muy bajo.
Quizás esta crisis nos brinde una oportunidad única para rediseñar el modelo económico de Occidente. Tenemos que encontrar fórmulas para crear empleo rápido y estimular el crecimiento. Tenemos que pensar en sectores que impactan directamente en la sociedad como son todos los desarrollos en torno al cambio climático y la salud. Tenemos que favorecer una industria cercana capaz de simplificar las complejas cadenas de suministro. Tenemos que invertir permanentemente en I+D para estar siempre en la punta de lanza del desarrollo.
Estamos ante una oportunidad única de reinventar la economía europea, pero teniendo en cuenta una de las deficiencias más importantes reveladas por la COVID-19: nuestra reducida capacidad para innovar en áreas que realmente cuentan, como la atención médica y el cambio climático.
¿Ha llegado la hora de la relocalización industrial hacia Europa y EEUU? El “todo viene de China” puede dejar de ser una constante. El cambio más profundo que va a causar el coronavirus a escala mundial será la transformación de la actual cadena de suministros. En las últimas décadas, a medida que las economías fueron integrándose, las empresas distribuyeron su producción por todo el mundo y redujeron al máximo los stocks. El concepto de just in time, creado por el directivo de Toyota Taiichi Ohno en la década de los 50, se convirtió en ley para cualquier empresa. La fórmula ha funcionado muy bien hasta que esta crisis la ha puesto en cuestión. Pero, si se produce esta reindustrialización, serán la automatización y la robotización las tecnologías clave. ¿Quién nos venderá los robots con IA?