El mundo está viviendo constantes transformaciones que han cambiado no sólo la forma de comunicarnos y relacionarnos, sino también el modo en que gestionamos los negocios. De hecho, la globalización y las nuevas tecnologías han alterado el modus operandi de los mercados establecidos geográficamente, a mercados que tienden a ser cada vez más transversales, internacionales y multiculturales. Las redes sociales son un claro ejemplo de esta mutación en la economía.
Sin ir más lejos, Facebook cuenta con 1.230 millones de usuarios, un mercado tan grande como las naciones más pobladas del mundo, como India (1.240 millones de habitantes) y China (1.300 millones de habitantes), con la gran diferencia de que la tasa de crecimiento de Facebook es mayor a la tasa de natalidad de ambos países.
Los grandes flujos de información le han quitado poder a los Estados y a las grandes compañías, empoderando a los ciudadanos y consumidores, cada vez más dispuestos a emitir juicios públicos y masivos. Este explosivo avance, tanto en la cantidad como en la calidad de las nuevas tecnologías ha provocado que sus ciclos de vida sean más cortos y su obsolescencia acelerada, superando incluso las expectativas de sus propios creadores, con efectos inesperados para los mismos. ¿Quién se acuerda de oficios como sereno, lechero, afilador, colchonero, barquillero, linotipistas, entre otras? La tecnología y la optimización de procesos han hecho desaparecer profesiones, pero también han inventado otras.
Las nuevas generaciones suelen adaptarse de mejor manera a las nuevas tecnologías. Tal capacidad es inherente al ser humano para sobrevivir, y esta es la actitud que deben tener las empresas frente a los cambios que están surgiendo ya que de lo contrario están destinadas a desaparecer. Dicha situación le ha sucedido a varios bancos, diarios y empresas de toda índole que han sucumbido frente a la competencia global y las nuevas tendencias tecnológicas, hecho que afecta específicamente a las Pymes y a los nuevos emprendimientos.
Según García Ordóñez (2005), el 80% de las empresas en España quiebra en los primeros cinco años. En México, Cetro-Crece estima que el 75% de las nuevas empresas mexicanas debe cerrar sus operaciones apenas después de dos años en el mercado. Y en los países subdesarrollados, la CEPAL indica que entre un 50 y un 75% dejan de existir durante los primeros tres años. Por su parte, la Asociación Argentina para el desarrollo de la Pequeña y Mediana Empresa afirma que el 7% de los emprendimientos llega al segundo año de vida y sólo el 3% al quinto año. Mientras que en Estados Unidos, el 53% de las empresas fundadas en el año 2005 murieron tras pasar los cinco años.
En Chile la tendencia estadística no varía. Según Rodrigo Castro, quien estudió el comportamiento de 67.310 empresas creadas en 1996, el 25% de las empresas desapareció durante el primer año, el 17% en el segundo, el 13% en el tercero y el 11% en el cuarto. Muchos de estos autores están de acuerdo en que la razón de los fracasos se debe tanto la mala gestión como a la mala planificación; actividades relevantes para este nuevo y variable escenario donde abunda la incertidumbre y el riesgo, además de competidores de otras naciones y poseedores de mejores tecnologías.
Y más allá de lo complejo que resulte la correcta planificación y gestión de una empresa es fundamental contar con información periódica y oportuna para poder reducir el riesgo. Por esta misma razón, los emprendedores antes de lanzar un nuevo producto, deben valorar el mercado y las tendencias tecnológicas, pues para tener una buena estrategia es fundamental que las empresas cuenten con la información tanto a nivel interno como del entorno.